viernes, 13 de agosto de 2010

DIOS TE DICE: “TALITHA CUMI”… ¡LEVÁNTATE!




“Y tomando la mano de la muchacha, le dice:

Talitha cumi; que traducido es: “…

a ti te digo ¡Levántate!”.

Marcos 5:41



En mi diario devocional del día de hoy me aparece el pasaje bíblico de Marcos capítulo 5. Esta ha sido una historia que se me enseñó desde pequeña, pero que, realmente, hoy día puedo entender su significado, no sólo para mí, sino para muchos que hoy están en necesidad.

Comienza este capítulo con la historia del endemoniado gadareno. Cuando Jesús y los discípulos llegaron al área dónde éste habitaba, el endemoniado salió a su encuentro para agredirles. Cuando los demonios se fijaron que era Cristo el que se acercaba, comenzaron a gritar y a postrarse ante Jesús para que éste los dejara en paz. Los demonios temblaban ante su presencia. Tal es el poder de Cristo que los demonios se postraban a sus pies a pedirle clemencia y pedirles que les ordenaran y ellos obedecerían. Luego de echar los demonios fuera de aquel hombre, Jesús le vistió y le pidió que predicara a los suyos las cosas que Dios hizo por él. Cristo le restauró, le rescató de los muertos, y le levantó en piedra firme, siendo este el primer “Talitha cumi” de nuestra historia.

Las obras de Jesús habían recorrido por muchos lugares y aldeas que, hasta los principales sacerdotes, se acercaban a Él para que les aconsejase o les realizase algún milagro. Ese fue el caso de Jairo, un principal de la casa de la sinagoga que, al ver a su hija enferma, decidió acercarse al Maestro para que hiciera el milagro de sanidad en su vida. Su fe era extremadamente grande que no le importó su posición dentro de la sinagoga ni en la sociedad. Su único objetivo era que la salud de su hija fuera recuperada.

De camino a casa de Jairo, Jesús, en su bendita misericordia, permitió que ocurriese otro milagro de sanidad: una mujer que padecía de flujo de sangre fue sanada al instante. Habían pasado doce años de sufrimiento, de rechazo y de humillaciones. Doce años de ser desechada por la sociedad. Doce años de vivir una vida de menosprecio y de desilusiones, al ver que todos se alejaban por ella por su enfermedad. Pero de algo podemos estar seguros… Ella nunca perdió su fe. Ella sabía que el hombre puede fallar, pero Dios nunca falla. Muchas veces somos rechazados, menospreciados y desechados. Los que pensamos son nuestros amigos o nuestra propia familia a veces suelen darnos la espalda cuando más le necesitamos. Pero nunca debemos perder la fe. Así como la mujer del flujo de sangre, debemos acercarnos con humildad a tocar el borde del manto de Cristo. Ella había utilizado todos sus recursos; había visitado todos los médicos de la región y no había obtenido ningún resultado. Sólo le quedaba su fe… una fe que la llevó a traspasar una multitud y le permitió alcanzar salud para su vida pero, sobre todo, salvación.

En ese momento, Cristo le dijo a la mujer: “Talitha cumi”, con el simple hecho que ella tocó el borde de su manto. Él sintió que poder salió de Él no por el simple hecho de que ella tocara su manto, sino porque de su bendita gracia manó la salud que la mujer tanto necesitaba. Sus discípulos se maravillaban al Jesús preguntar quién le había tocado. Lo que ellos no sabían era que Jesús quería hacer la obra completa en aquella mujer. No era simplemente el hecho de sanarla, ni tampoco el de juzgarla por romper un estatuto de la ley, sino el hecho de salvarla. Es por ello que la mujer, a quien le tenían prohibido por la ley salir a la calle y, más aún, tocar a un hombre por su condición de salud (ya que, para ese entonces, se consideraba como impura a la mujer que tuviese esa situación), se apresuró a declarar que Jesús había hecho el milagro en su vida, dándole Cristo, en adición, la salvación. ¡Qué hermoso que podemos contar con un Salvador y Sanador, todo en uno! No sólo llevó nuestras enfermedades en la cruz del Calvario, sino que también nos regaló la oportunidad de ser llamados sus hijos, dándonos la salvación.

No podemos olvidar que pasó con Jairo y su hija. Cuando Cristo estaba efectuando el segundo de los milagros, sanando a la mujer del flujo de sangre, vino un mensajero de la casa de Jairo a decirle a este que su hija había muerto. ¡Qué desilusión más grande sentía Jairo en aquel momento! Para él fue terrible que su pequeña niña, su más preciado regalo, hubiese fallecido mientras él se dedicaba a buscar al Maestro. Su corazón se llenó de tristeza. Sin embargo, Cristo le miró sonriente a sus ojos, y con las palabras más suaves, pero firmes, le dijo: “No ha muerto. Sólo duerme.”

La Biblia no especifica que sintió la hija de Jairo al momento de fallecer, ni se vuelve a mencionar su testimonio. Sin embargo, me imagino a la niña sintiendo, en el momento de su muerte, al propio Padre Celestial sentado a la orilla de su cama, mirándole con ternura y amor, y sonriéndole. Me imagino a la niña tratando de levantarse de su camita para abrazar a Dios, y éste, con el mayor de los cuidados, darle ese abrazo, tomarla de la mano y comenzar a caminar con ella por un hermoso jardín rebozando de flores de miles de colores. Me imagino la cara de alegría de la hija de Jairo: sus ojos brillando de ilusión, su amplia sonrisa llena de inocencia y su alegre risa llenando todo el ambiente. De repente, la niña se voltea al oír a alguien llamarla por su nombre. Mira a Dios con ojos tristes, y le dice que no quiere irse de allí. Dios, con voz como viento apacible, le contesta: “Tienes que regresar. Esto es un sueño; todavía no es tú tiempo de estar en este hermoso jardín. Tú familia te necesita.” Le da un tierno beso en su frente, la toma de la mano, y la regresa a su cama, donde la niña oye una potente, pero melodiosa voz que le dice: “¡Levántate!”

El tercer milagro ocurrió de la manera más sorprendente. Para Dios no existe nada imposible: los demonios tiemblan y se postran ante su presencia; los príncipes corren a sus pies para que les ayuden y confían en el ciegamente; las enfermedades desaparecen con tan sólo tocar el borde de sus vestiduras; y la muerte no lo detiene, sino que tiene que abrir sus fauces y ¡los muertos resucitan!

Dios todavía hace milagros hoy día. Él continúa sanando vidas que están desahuciadas por la ciencia y la medicina. Cristo abre puertas de empleos a personas que han perdido sus trabajos. En medio de la crisis económica, nuestro Padre Celestial sigue proveyendo y supliendo a cada una de nuestras necesidades, ya que Él es el dueño del oro y la plata. Lo único que nosotros debemos hacer es clamar a Él, confiar en sus promesas y mantenernos firmes y fieles en nuestra fe. Al hacerlo, verás como la bendita mano de Dios comienza a obrar en tu vida y oirás su voz decirte: ¡Talitha cumi! ¡Levántate!


lunes, 9 de agosto de 2010

¡Apaga el celular!

" Clama a mí y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces. "                                                                                                                                               Jeremías 33:3

                                              
En mi proceso de recuperación de mi ataque de asma, lo único que tengo permitido es dormir, ver un poco de televisión, escuchar radio y... ah, sí... dormir...  Para poder cambiar la rutina, comencé a escuchar una predicación, donde el predicador hablaba sobre como tenemos que elevar nuestra comunicación con Dios a niveles inimaginables. 

Él contaba sobre un vuelo que tuvo recientemente y cómo, al momento de abordar el avión, la azafata le decía a los pasajeros que tenían que apagar sus celulares, para que los mismos no interfiriera con la comunicación de los pilotos.  Esto evita que se formen diversos accidentes por errores en los satélites. No muchos hacen caso a esta advertencia.  Es por eso que las azafatas pasan una y otra vez entre los pasajeros para evitar una catástrofe.  
                                                             
Y así debe ser la comunicación con Dios.  Cuando entramos en contacto con Dios debemos apagar todo aquello que interrumpa la comunicación directa con nuestro Padre Celestial.  Siempre me ha estado curioso como en muchos lugares ponen letreros donde indican que apaguen su teléfono celular: a la hora de hacer una orden o comprar algo, cuando vamos a la oficina del doctor, cuando estamos en una biblioteca y, aunque curioso, pero cierto, cuando llegamos a la iglesia.




Hoy día tenemos muchos medios que, en vez de acercarnos más a nuestro Padre Celestial, nos distraen y nos alejan de Él.  Y no sólo me  refiero sólo a los medios electrónicos, sino me refiero a lo que se conoce en las comunicaciones como ruidos innecesarios.  Nuestros problemas diario: que si las deudas, las preocupaciones por la salud, los problemas familiares, crean en nosotros una barrera que impide que nuestra oración suba ante nuestro Padre de manera clara y precisa.  Comenzamos a orar y suena el teléfono, se quema el arroz, los niños comienzan a llorar, los hermanos al lado de nosotros comienzan a dialogar en voz alta... y, simplemente, nos interrumpen.  Es ahí cuando Dios te pide que apagues tu celular... tu celular de preocupaciones, tu celular de situaciones difíciles, tu celular de hablar mal sobre tu hermano, tu celular de discordia... Simplemente... ¡Apágalo!  

Dios quiere hablarte directamente a ti, y quiere bendecirte mediante su conversación contigo.  ¿No crees que sería bueno conectarnos directamente con Dios y dejar a un lado aquello que impide que hablemos claramente con Él?  Apaga ese celular espiritual y deja que su amor y su misericordia cubra cada ángulo de tu vida. 


domingo, 8 de agosto de 2010

A un hilo de aliento de vida... Tú me rescatastes...


"Muy amado, no temas; la paz sea contigo; esfuérzate y cobra aliento". Mientras Él me hablaba, recobré las fuerzas y dije: "Hable mi señor, porque me has fortalecido".

Daniel 10:19

Hace aproximadamente un mes me fue diagnosticado dos enfermedades relacionadas a problemas respiratorios.  Fui diagnosticada con  asma crónica y apnea del sueño, con un funcionamiento en mis pulmones de un 54%.  Al principio lloré, me turbé, pensé en que Dios se había olvidado de mí... sí, mi fe comenzó a desfallecer y comencé a pelear con Dios.   Le reclamaba el por qué tenía que pasar por esa situación, cuando mi voz la utilizo para alabarle mediante el cántico, las predicaciones y hasta para dar clases a los hermanos del ministerio de capellanía.  Le cuestionaba dónde quedaba la promesa que me hiciera sobre el ministerio que tiene para mí y para mi novio, de acuerdo a su voluntad.  Mi respiración se acortaba cada vez más y más hasta que, hace tres días pasó lo inimaginable.

Me encontraba trabajando por la noche cuando, de repente, mi traquea comenzó a cerrarse y mi respiración comenzó a menguar.  Sentía mi garganta ser apretada fuertemente y el aire no llegaba a mis pulmones.  Me fui de mi trabajo rápidamente, sin saber a donde dirigirme.  Decidí llegar a mi pueblo de residencia, Bayamón, para ir al hospital donde trabaja mi médico de cabecera.  En el camino, comencé a hablar con Dios, cuestionándome que había hecho mal para que Dios se enojara conmigo.  Comencé a perder mi voz.  Cada vez respiraba menos.  En eso, llamé a mi novio Raúl y le pedí que por favor orara por mí.  Tomé la promesa que dice en Mateo 18:19-20:

"19 Otra vez os digo que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre que está en los cielos, 
20 porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos."

Los dos nos pusimos de acuerdo y le pedimos a Dios por mi salud.  Al llegar al hospital, a 40 minutos de mi trabajo, y sin poder respirar, con la vista nublada y calambres en mis manos, no sé ni tan siquiera como estacioné mi vehículo, ni como llegué a la recepción de sala de emergencias.  Cuando comenzaron a tomar mis vitales, seguí hablando con Dios.

"Señor, tú sabes cual es mi anhelo de servirte, de predicar tu Palabra y de alabarte.  Señor, tengo miedo por esto que estoy pasando.  No quiero quedarme sin aire... no quiero pasar por ese proceso... Señor, tengo miedo, por favor, ¡socórreme!"

De repente, escuché la voz de Dios diciéndome: "No temas, hija mía, Yo estoy contigo; Yo nunca te desampararé, te llevo en mis brazos".  En esos momentos, mi respiración comenzó a correr nuevamente por mi garganta hasta mis pulmones.  Dios comenzó a abrir mi traquea.

 Al día siguiente, estando en mi casa, vino a visitarme mi primer pastor.  Comenzó a hablar con mis padres y a preguntar como estábamos.  Mi padre le indicó lo que me había ocurrido en la noche anterior.  El pastor me llamó para orar por mí.  Cuando puso sus manos sobre mi frente, sentí que unas alas enormes me rodeaban y un calor comenzó a recorrer por mi cuerpo, desde la frente hasta la planta de mis pies.  Fue una experiencia maravillosa donde Dios me confirmaba que estaba conmigo.

Cuanta veces creemos que Dios nos abandona en situaciones difíciles porque no vemos la respuesta de nuestras oraciones al momento.  Creemos que estamos solos y sin esperanzas.  Pero nos equivocamos antes nuestras desilusiones y situaciones desesperantes, y queremos tomar las alternativas en nuestras manos, cometiendo errores que, a veces, son irremediables.  He aprendido, ante mi condición, que Dios nunca me deja sola.  Si Él no hubiese estado a mi lado, ni hubiese llegado al hospital.  Dios manda su contestación en el momento preciso.  Dios me ha hecho entender que tengo que aprender a esperar en sus promesas y en su Palabra.  Tenemos que aprender a confiar en Él. 

La vida que llevamos hoy día está basada en hechos y reacciones inmediatas.  Nuestro estilo de vida nos está llevando a ser cada vez más independientes, aún en la parte espiritual.  Creemos que Dios sólo está allí de vez en cuando, o cómo una figura decorativa o como un personaje artístico que sólo quiere publicidad.

 

No sabemos poner nuestra confianza y nuestra fe en sus manos.  A Dios le gusta que le retemos... que le reclamemos cada una de las promesas que Él nos ha dado en su Palabra.  Es por eso que, en ocasiones, y para probar nuestra fe, nos pone pruebas en nuestro camino para nosotros aprender a confiar en Él.  Dios nos quiere consentir, como sus hijos que somos; Él quiere que descansemos en sus brazos, y pongamos nuestras cargas sobre Él.  Dios que dirijamos nuestra mirada hacia el blanco perfecto de soberana devoción, que es Jesucristo.  ¿Por qué no confiamos en Él, cómo antes? ¿Por qué no ponemos nuestra mirada nuevamente en Él?

Yo sé que Dios va a restaurar mi salud y que Él me dará la victoria sobre esta prueba que estoy llevando ahora.  Él tiene un propósito para mi vida y sólo quiere que aprenda a depender y confiar en Él.  Yo estoy tomando la decisión de creerle a Dios.  ¿Y tú? ¿Qué esperas para poner tu confianza en Dios?  Permite que Él haga su voluntad en tu vida y verás grandes resultados... Confía en Él y Él hará cosas maravillosas contigo.